cuento-noa

Cada escritor tiene sus manías, sus rituales, sus trucos para encontrar la palabra exacta o la intención adecuada. En mi caso (que me distraigo cada doce segundos) recurro a una foto mía en marco de plata con pelo alborotado y la mirada traviesa de mis ocho años y retomo el camino.

Decir que escribes para niños es un atrevimiento y algunos piensan que con bajar el listón unos cuantos grados, emplear palabras que acaben en «ito» y empacharse de colorines ya sirve. Nada más lejos de la realidad.

Me gusta pasear por las librerías y hojear las nuevas adquisiciones. A veces sonrío y a veces me agarro un soberano cabreo cuando encuentro variedad de cuentos que se editan para padres/madres, no para hijos/as. Cierto que hay ilustraciones como las de Rébecca Dautremer Michael KutscheBrian Despain, que te dan ganas de arrancarlas y ponerlas en marco rococó, pero ¿son precisamente las preferidas de los niños? Tengo mis dudas, por mucho que así nos lo quieran vender. Aún con todo, no creo en la existencia de cuentos malos o buenos sino en libros desequilibrados y eso es precisamente lo que captan los niños.

La mayoría de autores confesamos que ya escribíamos a edad temprana por eso, como adultos, debemos ser conscientes del valor de nuestras palabras, gestos y miradas… Tres poderes que mal administrados, pueden ser demoledores. Un tono de voz elevado, una carcajada fuera de lugar, un bostezo a deshora o una mirada altiva puede enfriar los ánimos de cualquier artista novel que se precie.

Por eso, cuando esta mañana se ha acercado Noa y me ha entregado su ópera prima que llevaba abrazada como si fuera su osito de dormir y me ha sonreído dando saltos. Cuando he abierto la primera página y tímidamente me ha confesado que también ha hecho los dibujos y ha elegido la tipografía. Cuando nos hemos quedado suspendidas en los primeros párrafos ajenas al sonido del timbre y nos hemos mirado reconociendo el valor de la otra, ajenas a las carreras de los padres; cuando he leído «Para ti, porque te quiero» he sentido que en ese instante mágico, la niña del marco de plata se desperezaba sonriendo y me susurraba otro cuento…

Gracias Noa.