En mi adolescencia leí por primera vez la inquietante y amarga novela “Ensayo sobre la ceguera” y aquí me tenéis abriendo el libro por cualquier página como si Saramago pudiera hablarme.
«El miedo ciega»
¡Ay, Don José! ¡Qué poquita importancia le da a sus personajes para que podamos ser cualquiera! ¡Qué difícil es leerle en ausencia de diálogos! ¡Qué odiosa resulta su ceguera pandémica que nos coloca en esta situación extrema!
«…la ceguera también es esto, vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza»
Pues discúlpeme la lucidez esperanzada, pero los Quaranta giorni no podrán despersonalizarnos y cada día tenemos más motivos para aplaudir:
- A cada iniciativa privada y ciudadana en la fabricación de máscaras y respiradores.
- A las personas que alivian la soledad de la primera generación, con una llamada, haciendo recados, explicando cómo se activa la cámara para hacer una videollamada. Escuchando. Sonriendo con la mirada. Acompañando…
«…qué frágil es la vida si la abandonan»
- A la entrega absoluta y continuada de nuestros sanitarios (y más a los que la pelea les está costando la vida)
- A todas las personas que salen a la calle para apuntalar este planeta que no se va a apagar a pesar de nuestros errores.
- A los que tele-trabajamos demostrando que se podía y se puede.
- A los que ahora sí que conciliamos la vida laboral y familiar sin perder la sonrisa.
- A los que estamos dedicando tiempo para conocer a nuestro verdadero YO. Ese gran olvidado.
«Este sueño no es mío, decían, pero el sueño respondía, No conoces aún tus sueños»
- A los que no permitiremos que nadie vuelva a morir sin un abrazo.
«En la muerte la ceguera es igual para todos»
- A los artistas generosos que nos ayudan a levantar el ánimo.
- A nuestros científicos y a los países que invirtieron en investigación científica. No se equivocaron.
Son las 20:00 horas y antes de salir a la ventana le hago la última autopsia a Saramago:
«…mañana es otra vida»
Texto e ilustración @MartaSanmamed