¿Feminismo?
Hay libros que no envejecen porque no pretendían ser modernos en primer lugar. Querida Ijeawele es uno de ellos. Chimamanda Ngozi Adichie —48 años, mirada quirúrgica y una calma que corta más que cualquier manifiesto— escribe esta carta y te invita a sentarte a repensar tu vida desde un ángulo que nunca habías considerado.
Y yo, que últimamente ando recolocando mis piezas personales y profesionales, he vuelto a este libro buscando claridad.
Algo así como un reseteo afectivo. Un poco de lucidez bien servida. Una conversación honesta. Y también un recordatorio de por qué el feminismo no es un concepto abstracto, sino una brújula que te devuelve la dignidad cuando la vida se vuelve un sudoku.
Lo que hace Chimamanda no es aleccionarte. Te acompaña. Te pellizca. Te hace reír. Y, como quien no quiere la cosa, te reeduca. Por eso es una de mis damas elegidas para el manual.
Respira. Que vamos…

Ser una persona plena: la base silenciosa del feminismo real
La primera frase que me golpeó fue esta: “Sé una persona plena”. Parece simple. No lo es.
Yo misma he tenido temporadas en las que intentaba ser madre, profesional, creativa, emprendedora, pareja y gurú doméstica… todo a la vez. Hasta que entendí que la perfección no educa a nadie. La presencia sí.
Los datos lo confirman: Harvard demostró que las hijas de madres que trabajan ganan más y ocupan mejores puestos. No por abandono, sino por modelo. Porque ven autonomía, no martirio.
Y ahí, sin que te des cuenta, empieza el feminismo auténtico: en cómo te tratas a ti misma.
Si quieres hilar con este tema, tienes un post sobre cómo rendirse.
Tienes una MEDITACIÓN GUIADA.
Escucha y practica esta meditación respirada en tu plataforma favorita:
Corresponsabilidad: nada de “ayudas”, aquí se cría entre dos
Chimamanda tiene una capacidad maravillosa para decir verdades como puños.
Cuando habla de padres que “ayudan”, suelta una puñalada amable: ayudar es doblar servilletas en Navidad, no cuidar a una criatura.
El Pew Research Center lo deja claro: incluso en parejas igualitarias, las mujeres cargan con el 65% de la carga mental.
Ahí está el radiador emocional que muchas llevamos encendido todo el año: recordar citas médicas, compras, uniformes, cumpleaños, estados emocionales, listas infinitas y un largo etcétera que no aparece en ningún contrato matrimonial.
El feminismo entra aquí como una llave inglesa: no para romper nada, sino para ajustar. Para que la vida no recaiga siempre sobre los mismos hombros.
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Roles de género: la ficción colectiva más exitosa de la historia
Cuando una escritora nigeriana, brillante y muy observadora, te habla sobre los roles de género, algo en ti se recoloca.
La neurociencia respalda su intuición: no hay diferencias cognitivas importantes entre niñas y niños en edades tempranas.
Las diferencias aparecen cuando empezamos con el “sé buena” para ellas y “qué valiente eres” para ellos.
El feminismo que propone Chimamanda no quiere uniformar a las niñas; quiere permitir que lleguen a sí mismas sin interferencias, sin moldes preinstalados, sin miedos heredados.
El Feminismo light: ese té descafeinado que no activa nada
Aquí me permito opinión propia: el Feminismo light es como una dieta sin chocolate. Sirve para quedar bien, pero no alimenta el alma.
Es ese discurso amable que dice “ella brilla… si él la deja”.
“Ella lidera… pero sin molestar”.
“Ella habla… pero con sonrisa”.
La Universidad de Auckland lo confirma: la caballerosidad benevolente reduce las oportunidades profesionales femeninas.
El patriarcado con buenos modales puede ser más peligroso que el explícito, porque parece cariño. Y no lo es.
Chimamanda lo denuncia con elegancia. Y al leerla, entiendes que el feminismo no es una etiqueta, sino un acto de honestidad: si no hay igualdad, no lo maquilles.
El lenguaje que usamos fabrica la realidad (y la nuestra ya viene con déficit)
Como copywriter y escritora, este punto me toca.
El lenguaje es la impresora del mundo.
Si dices “él me ayuda”, te colocas por debajo.
Si dices “ella es ingeniera”, abres la puerta a que otras niñas se vean ahí.
La lingüista Lera Boroditsky demostró que el lenguaje modifica la percepción del tiempo, el espacio y los roles sociales.
Y cuando ves esto, entiendes por qué el feminismo insiste tanto en nombrar bien.
Matrimonio: si lo quieres, bien. Si no, también. Pero no es un trofeo
Aquí la carta se vuelve deliciosa. Chimamanda dice: el matrimonio no es un logro.
Y yo doy gracias.
A muchas nos educaron para pensar que casarse era algo así como subir al podio. La sociología demuestra lo contrario: las mujeres pierden autonomía profesional tras casarse y los hombres la ganan.
A ellas se les enseña a esperar.
A ellos, a decidir.
Y ahí vuelve a entrar el feminismo, no para dinamitar bodas, sino para desactivar narrativas que hacen daño.
La obligación de gustar: el corsé emocional que nadie nos advirtió que llevábamos
Confesión compartida: durante años, yo también intenté gustar. A todo el mundo. Un proyecto agotador, por cierto.
La Universidad de Columbia encontró que las mujeres que priorizan gustar tienen un 45 % más de ansiedad basal.
Normal: sostener un personaje amable todo el día desgasta el alma y avejenta.
Chimamanda ofrece una alternativa preciosa: educar para ser sinceras, no simpáticas.
Para decir lo que piensan sin miedo al eco.
Para entender que no gustar también es libertad.
Y el feminismo aquí se vuelve respiración profunda.
Cuerpo, deporte y belleza: la mirada que oprime antes de que sepamos que existe
Cuando Chimamanda habla de deporte y belleza, parece que está contando una anécdota ligera. Pero no lo es.
La APA confirma que el 70 % de niñas de 12 años teme engordar.
Y la mitad abandona el deporte en la pubertad. La mitad.
Porque de repente se ven observadas.
Porque empiezan a encajar en un molde que no han elegido.
Porque el mundo comenta su cuerpo antes de que ellas lo habiten.
Educar desde el feminismo es enseñarles que el cuerpo es casa, no escaparate.
Hablar de sexo como protección, no como escándalo
Este punto debería venir en el manual de instrucciones de cada colegio.
La UNESCO demostró que las adolescentes con educación sexual clara tienen un 50 % menos de riesgo de sufrir abusos.
Una niña que sabe nombrar su cuerpo, sabe defenderlo.
Una niña que entiende el consentimiento, entiende el poder.
Una niña que no asocia sexo con vergüenza, crece libre.
Y sí, eso también es feminismo, del bueno.
El amor sin sacrificio (sí, esto también se aprende)
Chimamanda dice algo que debería tatuarse en la nevera: amar no es sacrificarse.
El trabajo emocional lo llevan mayoritariamente las mujeres: entre el 60% y el 80% según estudios actuales.
Y no, no es genética.
Es educación.
Es cultura.
Es recompensa social.
El feminismo propone otra ruta: amor como reciprocidad. No como renuncia.
Normalizar la diferencia: el músculo más sano del mundo
La última sugerencia es sencilla: haz que la diferencia sea normal.
El MIT lo confirma: los niños que crecen en diversidad desarrollan un 47 % más de pensamiento crítico.
Y aquí el feminismo se convierte en una pedagogía de la amplitud. De la curiosidad. De la empatía.
No quiere que pensemos igual. Quiere que podamos coexistir sin miedo.
En resumen: Chimamanda no sermonea, acompaña.
Cuando cierro el libro, no siento que he leído teoría.
Siento que he tenido una conversación honesta con una mujer que mira el mundo con firmeza y ternura.
Una mujer que entiende que el feminismo no se declama: se practica.
Se practica cuando dices no.
Cuando te valoras.
Cuando repartes.
Cuando nombras.
Cuando crías.
Cuando te cuidas.
Y, sobre todo, cuando recuerdas que la igualdad empieza en la vida pequeña. Y desde ahí se expande.
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