Haré un avance: este libro me enseñó mucho.
Cuando Marta Sanmamed me entregó su libro para escribir una recensión —ella, que ya había reunido tantas opiniones femeninas— y me lo ofreció “porque eres hombre”, me sentí, lo confieso, halagado. Quise pensar que su invitación no se debía solo a la curiosidad de sumar una mirada masculina, sino también a la posibilidad de que yo comprendiera mejor su sensibilidad, su forma particular de leer un fenómeno que acompaña a la humanidad desde sus comienzos: la seducción.
Haré un avance: este libro me enseñó mucho. Me enseñó como persona; como hombre que aún desea a las mujeres; como observador que busca comprender el anverso y el reverso de las relaciones humanas; y como alguien que necesita cambiar de perspectiva para ver con más nitidez. Es un libro que propone una revisión de las relaciones entre mujeres y hombres, con un enfoque antropológico, histórico y también práctico. A las reflexiones amplias —sociales, culturales, políticas— se suma un auténtico “recetario” de estrategias para seducir al otro o a la otra. Su valor radica precisamente en esa polivalencia.
La autora inicia su recorrido con Cleopatra, pero yo no puedo evitar retroceder un poco más, hacia la raíz mítica de nuestra cultura. Fue Eva quien, según la tradición, sedujo a Adán para que mordiera la fruta prohibida, provocando así la expulsión de la humanidad del paraíso. Y, sin embargo, quizá deberíamos agradecerle ese gesto. Eva nos enseñó que romper un tabú puede acarrear castigo, sí, pero también abrir la puerta a algo más arduo y más verdadero: la libertad.
No olvidemos que Dios —representado siempre como figura masculina— castiga a esa Eva insumisa que rompe la norma del Edén, un espacio regido por un patriarcado divino. Se ha dicho que cayó por debilidad o ingenuidad. Pero, conociendo a las mujeres, y más aún después de leer a Marta, estoy convencido de lo contrario: Eva sedujo a su compañero dócil no para caer, sino para salir. Para abandonar la eternidad domesticada y aventurarse en una existencia más dura, pero más autónoma.
Pensándolo bien, la perspectiva de pasar la eternidad al lado de un tipo guapo, quizá bien dotado, pero intelectualmente escaso, no debía resultarle demasiado prometedora. Yo creo que Eva lo vio con claridad y actuó como mujer inteligente y audaz. Además —y no es irrelevante— siempre la pintan atractiva. De modo que, si lo pensamos, toda nuestra tradición cultural occidental empieza con un acto de seducción: una mujer bella y lúcida, con iniciativa, y un hombre obediente y confiado. Eva, sin duda, merecería figurar en el Hall of Fame del primer capítulo del libro de Marta.
La autora despliega después una larga lista de mujeres fuertes que, desde su poder intelectual, artístico o político, han seducido tanto a individuos como a colectivos enteros. La seducción adquiere así una dimensión sociopolítica fascinante. Pensemos en Angela Merkel: su estilo sobrio, su manera de ejercer el poder sin adornos, constituye una forma peculiar y eficaz de seducción. No es el magnetismo clásico, pero es, sin duda, una atracción basada en la coherencia y la credibilidad.
Porque, al final, todos somos “seducidos”. Nos dejamos seducir porque nos gusta que nos inviten a algo mejor, o mayor. La seducción —sin importar quién seduzca a quién— es siempre incierta, pero revela un interés auténtico por el otro. Y esa incertidumbre forma parte de su esencia. No tiene nada que ver con la transacción explícita de un servicio sexual, como bien subraya Marta.
Si aceptamos que la seducción es en parte amorfa, un campo energético abierto y ligeramente irracional, entonces no todos los ejemplos encajan en un mismo molde. El caso de Merkel lo demuestra: su fuerza radica en el convencimiento, no en el aura. El libro de Marta se mueve así entre dos polos: el poder de persuadir mediante estrategias concretas y la construcción de un aura, ese componente intangible que envuelve a algunos individuos como una luz propia. Lo segundo es, quizá, lo más misterioso y difícil de reproducir.
Ahí están figuras como Barack Obama, dueño de un carisma casi natural, y al otro extremo los mecanismos masivos de seducción política, como los que explotó el nazismo en Alemania. Resulta inquietante que un alférez mediocre de la Primera Guerra Mundial llegara a desplegar un magnetismo oscuro capaz de desencadenar la muerte de 60 millones de personas en la Segunda. Hitler, como Trump en su propio registro, merecería un estudio aparte de Marta Sammamed.
Pero también deberíamos hablar del miedo masculino a ser seducido. Ser seducido implica ceder una parte del control, entrar en un terreno donde nada es seguro y todo es posible. El hombre a menudo teme esa pérdida de dominio, esa grieta en su armadura. De ahí surge la figura ancestral de la devoradora de hombres, Hablamos también del miedo, de la “Devoradora de Hombres”, el miedo a la vagina dentada, presente en leyendas de varias culturas donde una relación sexual culminaría en la emasculación o castración del hombre. Bonito concepto, la emasculación como obstáculo subliminal de estrategias de seducción, sobretodo, cuando la seducción entra en una dinámica cuando los/las dos ofrecen, permiten control al y por el otro, lo que Marta referencia como el espacio emocional.
- Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, La Devoradora de Hombres, 1929. R. Gallegos era presidente de Venezuela. Esta novela refleja la historia de Asdrúbal, que enseñó a Bárbara a leer y escribir. Era el amor de su vida y fue asesinado y ella violada. Este la hace convertirse en la devoradora de hombres. Manual de Seducción para mujeres., pag. 145
- Dr Kurt Grötsch CitiX. S.L. Embajador de Minzu University of China. Foundation de Catedra China Chinese Friendly International.