¿Qué es la hiperexigencia (y cómo puedes apagarla)?
Hay una voz que no te grita, pero no se calla. Una voz que no te insulta, pero no te deja en paz. Que te dice que podrías hacerlo mejor. Que lo que haces no es suficiente.
Que deberías estar más guapa, más delgada, más presente, más equilibrada, más luminosa, más todo.
Esa voz no es tu enemiga, pero tampoco es tu aliada. Es la hiperexigencia, y se confunde con un estándar de calidad. Pero en realidad, es un látigo disfrazado de responsabilidad.
Un mecanismo que se activa para protegerte del juicio, del rechazo, del abandono y acaba drenando la energía, minando la autoestima y haciéndonos vivir con una mochila emocional que no nos corresponde.
La hiperexigencia no se ve y pesa mucho. Y es hora de mirarla de frente.
Cómo identificar la hiperexigencia en tu día a día
No necesitas gritarle al espejo ni exigirte un currículum de triple máster para ser víctima de la hiperexigencia femenina.
Basta con que:
- Te pongas nerviosa si no cumples con tu rutina de autocuidado al 100%.
- Revises mentalmente lo que has hecho en el día y te sientas mal por lo que no has hecho.
- Sientas culpa por descansar, por decir que no, por no estar para todos.
- Te compares con mujeres que parecen tenerlo todo resuelto.
- Te avergüence que algo no te haya salido perfecto a la primera.
No siempre se manifiesta con ansiedad visible. A veces aparece en forma de sonrisa forzada, de productividad compulsiva, de control disfrazado de organización.
Lo peligroso es que la hiperexigencia se camufla de virtud.

Ámbitos donde la hiperexigencia hace estragos
1. Laboral
Las mujeres hiperexigentes sienten que deben demostrar más, justificar su puesto, anticiparse a todo. Se les dificulta delegar, se autocastigan por los errores y no celebran sus logros porque “es lo que se espera de ellas”.
Resultado: agotamiento, estrés crónico y, en muchos casos, síndrome de la impostora.
2. Relacional y familiar
Están para todos. Escuchan, sostienen, organizan, resuelven. Pero rara vez piden ayuda.
Sienten que, si bajan la guardia, decepcionarán. Que ser “menos” sería dejar de ser queridas. Se exigen estar disponibles, emocionalmente estables y afectivas… incluso cuando están rotas por dentro.
3. Amorosa
Aquí la hiperexigencia tiene forma de sacrificio. De no molestar. De adaptarse para ser queridas. De no “ser demasiado”: demasiado intensa, demasiado lista, demasiado libre.
Se exige gustar, pero no incomodar. Seducir, pero no asustar. Y se olvidan de preguntarse: ¿yo qué necesito?
4. Estética
Porque la presión estética no desaparece ni con toda la terapia del mundo si seguimos tragando el mismo guion. No basta con estar sana: hay que verse bien. No basta con aceptarse: hay que encajar.
La hiperexigencia estética es esa mirada crítica constante, ese espejo que nunca devuelve un “ya estás bien así”.
Efectos reales de la hiperexigencia en tu salud
No es solo emocional. La hiperexigencia sostenida tiene consecuencias físicas. Algunas de las más comunes:
- Insomnio o descanso no reparador.
- Trastornos digestivos.
- Fatiga crónica: sensación constante de no tener energía ni para lo que te gusta.
- Dolores musculares por tensión acumulada.
- Desconexión del deseo y del placer.
A nivel psicológico, la hiperexigencia se traduce en ansiedad, irritabilidad, baja autoestima, dificultad para poner límites y desconexión emocional.
Como si estuvieras apagada… aunque todo parezca en orden desde fuera.
¿De dónde viene esta hiperexigencia?
Muchas veces, la hiperexigencia es heredada. De madres que se desvivieron, de abuelas que aguantaron, de entornos que premian a la mujer que puede con todo. Está construida sobre la idea de que para merecer amor, hay que hacerlo perfecto. Que si te relajas, decepcionas.
Que si no puedes sola, fallas.
Otras veces viene de contextos donde no hubo suficiente. Y entonces, el control fue la única forma de sentirse a salvo. El problema es que ese mecanismo, que quizás de niña te protegió, de adulta te asfixia.
¿Cómo soltar la hiperexigencia sin dejar de ser tú?
Aquí no vamos a decirte que tires todo por la borda y te vayas al monte. Pero sí que empieces a identificar la voz que te exige y la voz que te cuida. Y que empieces a cambiar el diálogo interno por uno más compasivo, más cuerdo y más tuyo.
Ejercicio 1: La lista invertida
Haz una lista con todo lo que no has hecho hoy. Sí, así. Y luego, al lado, escribe todo lo que hiciste sin darte cuenta: respirar profundo, escuchar a alguien, cuidar tu cuerpo, decir que no, no decir nada, pensar algo valiente.
Vas a empezar a valorar el ser, no solo el hacer.
Ejercicio 2: Respiración 4-7-8
Cada vez que sientas la presión subir:
- Inhala por la nariz durante 4 segundos.
- Retén el aire durante 7 segundos.
- Exhala lentamente por la boca durante 8 segundos.
Hazlo tres veces. Baja revoluciones. Regresa a ti.
Ejercicio 3: El mantra de las mujeres que corren con los lobos
Repítelo cuando te exijas ser perfecta:
“No vine a rendir cuentas. No tengo que hacerlo todo. Solo tengo que ser yo.”
Guárdalo. Escríbelo. Pégalo en la ducha si hace falta.
Dos cuentos que toda mujer hiperexigente debería recordar
En Mujeres que corren con los lobos, Clarissa Pinkola Estés rescata dos cuentos esenciales para cualquier mujer que se sienta atrapada por la autoexigencia: La Loba y Barba Azul.
La Loba es la figura que recoge los huesos de lobos y los canta para devolverles la vida. Es un arquetipo de la mujer que reconstruye lo esencial cuando todo parece muerto. Si sientes que tu deseo, tu voz o tu fuerza se han secado… La Loba te recuerda que puedes recuperarlos. Solo necesitas tiempo, soledad y un canto propio.
Barba Azul, en cambio, representa el depredador interno. Esa voz que te impide mirar, que te quiere dócil, buena, perfecta. Cuando abres la puerta y ves lo que escondías (miedo, rabia, límites que no pusiste), puedes salvarte. Pero solo si te atreves a ver, a rebelarte y a pedir ayuda.
Ambos relatos nos muestran un camino: el de volver a ti misma sin juicio, el de renacer sin perfección.
Vivir sin hiperexigencia no es vivir sin ganas
No se trata de dejar de tener ambición, pasión o deseo de mejorar. Se trata de dejar de poner la vara tan alta que ya no puedas saltar. De dejar de creer que, si no puedes con todo, vales menos.
Vivir sin hiperexigencia es volver al cuerpo, a los límites, al placer. Es recordar que la calma también es revolucionaria. Que el descanso productivo también es avance. Que rendirse —bien entendido— no es derrota, es sabiduría.
🎧 ¿Te resonó? Pues escúchalo con todo el cuerpo.
Este artículo es solo la antesala.
En el podcast de METAdamas te lo cuento sin filtros: la hiperexigencia, las grietas, el fuego, las ganas de mandar todo a la mierda y empezar de nuevo.
🎙️ Dale al play.
Escúchalo sola, con cascos, en el coche, en la ducha o en la cama.
Y si te remueve —porque lo va a hacer— mándaselo a tu amiga más diva, más rota o más bruja.
Una METAdama sabe cuándo otra necesita una voz que no juzga, que respira, que te entiende.
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Nos leemos (y nos soñamos).
—Marta Sanmamed. A veces loba. A veces cordera.